jueves, 27 de noviembre de 2008

Jugamos al escondite

" The married priest" Magritte

Pasamos tanto tiempo dándonos la espalda a nosotros mismos que llega un momento en que no nos reconocemos. Hemos pasado por nuestros problemas de puntillas, sin querer levantar mucha polvareda, no vaya a ser que descubramos, que descubran, una mancha en nuestro expediente.

Hemos guardado fotos prohibidas entre hojas de libros leídos en la adolescencia, como flores secas, flores del mal. Hemos ocultado nuestros deseos en una caja de bombones, en el sótano, porque más abajo no se podían guardar.

Hemos escondido a nuestro amante en el armario del vecino, y al verlo salir lo hemos ignorado. También hemos aparentado ser “el hijo, la madre, el esposo” ideal porque eso era lo que esperaban de nosotros.

Hemos vuelto la cabeza cuando alguien lloraba porque no queríamos implicarnos en su dolor fingiendo que no somos cotillas.

Y en ese vaivén de la perfección, en este trasiego de la apariencia, hemos conseguido ser tierra pegada a nuestros propios zapatos.

La entrada de hoy es un pequeño homenaje a este fabuloso pintor belga que el 21 de noviembre hubiera cumplido 11o años.

NO TE DETENGAS

No dejes que termine el día sin haber crecido un poco,
sin haber sido feliz, sin haber aumentado tus sueños.
No te dejes vencer por el desaliento.
No permitas que nadie te quite el derecho a expresarte,
que es casi un deber.
No abandones las ansias de hacer de tu vida algo extraordinario.
No dejes de creer que las palabras y las poesías
sí pueden cambiar el mundo.
Pase lo que pase nuestra esencia está intacta.
Somos seres llenos de pasión.
La vida es desierto y oasis.
Nos derriba, nos lastima,
nos enseña,
nos convierte en protagonistas
de nuestra propia historia.
Aunque el viento sople en contra,
la poderosa obra continúa:
Tú puedes aportar una estrofa.
No dejes nunca de soñar,
porque en sueños es libre el hombre.
No caigas en el peor de los errores:
el silencio.
La mayoría vive en un silencio espantoso.
No te resignes.
Huye...


Walt Whitman

miércoles, 19 de noviembre de 2008

Antes muerta que cobarde

"Detalle de Teodora" San Vital en Rávena

Miradme, soy Teodora. Dicen las malas lenguas que fui una artista circense, incluso me llamaron puta, y que por ello no me fue fácil casarme con el emperador Justiniano. Lo conseguí después de tres años de fogoso noviazgo, gracias a la promulgación de una ley que permitía el matrimonio entre clases sociales diferentes.
Y ahora soy emperatriz de Bizancio y, junto a mi esposo, llevo las riendas de este gran imperio. A mí se debe un gran acopio legislativo que protege ampliamente los derechos de la mujer. Tuvimos muchos problemas con el pueblo, el más sangriento y doloroso fue la llamada Revuelta de Niká en el año 527. El pueblo se levantó en armas contra el emperador, contra nuestro poder. Como llamarada tormentosa, miles de hombres recorrieron Constantinopla con el grito de ¡Niká, Niká! Ardió todo lo que encontraron a su paso. Destruyeron la antigua basílica de Constantino, pero poco más tarde ya estaba construida Santa Sofía en su lugar.
El griterío de la turba se oía ya en nuestros aposentos. Sólo parecía existir una salida. Los terrenos del palacio lindaban con el Bósforo. Había naves esperando. Podíamos haber salido a hurtadillas de allí. Justiniano se había dado totalmente por vencido. Me Propuso reunir todos los tesoros que se pudiéramos recoger y retirarnos a algún lugar seguro, lejos de Constantinopla. Podíamos haber obrado así, pero me incorporé, di un paso hacia él y le dije:
“Eres completamente libre para huir, ahí están tus naves”.
Yo sabía que ser emperatriz tenía sus riesgos, y la rebelión era uno de ellos. Alisando mi larga túnica de un intenso color añil, miré, no con cierto desprecio, a mi amado esposo y le dije:
“Quien ha recibido el poder soberano no debe vivir si se lo deja quitar. Tú César, si quieres huir, nada es más fácil... en cuanto a mí, Dios no permita que abandone la púrpura y aparezca en público sin ser saludada como emperatriz. Aprecio mucho esta antigua sentencia: La púrpura es un glorioso sudario".
Me miró intensamente y entonces comprendí que cambiaría de opinión. Pesaba más en él la hombría que el valor, pero se dirigió al joven general Belisario para preguntarle si podía dominar la situación y Belisario contestó afirmativamente. Tenía 3.000 soldados a su disposición que con gran astucia llevó sin ruido y secretamente al hipódromo donde los principales alborotadores se habían reunido,borrachos, esperando enfurecidos nuestra derrota. Pero esta vez la Victoria estuvo de nuestro lado.

LOS COBARDES

Hombres veo que de hombres
sólo tienen, sólo gastan
el parecer y el cigarro,
el pantalón y la barba.
En el corazón son liebres,
gallinas en las entrañas,
galgos de rápido vientre,
que en épocas de paz ladran
y en épocas de cañones
desaparecen del mapa.
Estos hombres, estas liebres,
comisarios de la alarma,
cuando escuchan a cien leguas
el estruendo de las balas,
con singular heroísmo
a la carrera se lanzan,
se les alborota el ano,
el pelo se les espanta.
Valientemente se esconden,
gallardamente se escapan
del campo de los peligros
estas fugitivas cacas,
que me duelen hace tiempo
en los cojones del alma.
¿Dónde iréis que no vayáis
a la muerte, liebres pálidas,
podencos de poca fe
y de demasiadas patas?...

Miguel Hernández



domingo, 16 de noviembre de 2008

Mujer de alma inquieta

"Los amantes " de Magritte

Voy buscando a Diótima de Mantinea, alma inquieta que tal vez no existió. Es una mujer que se presenta a sí misma como sacerdotisa, aunque Sócrates la nombra, en el banquete de Platón, como su maestra en el arte de amar.
Fue la primera mujer que habló de amor en un mundo filosófico-masculino.
La busco desesperadamente porque no sólo de amor físico habla, también del espiritual.
La persigo porque vio el amor como intermediario entre la luz y la sombra; como equilibrio entre el que pide y el que reparte. El amor que se sabe deseado pero que también sabe dar.
Voy tras ella para que me confirme que el amor está más allá de nosotros, que se muestra esperando un nombre, como lenguaje de pájaros que arden.
Me enseñó que en el aprendizaje del amor hay que ir subiendo escalones: suaves unos, altísimos otros. Y que al final de la escalada está la belleza. “Aquel que ha seguido el camino de la iniciación amorosa en el orden correcto, al llegar al fin percibirá súbitamente una hermosura maravillosa, causa final de todos nuestros esfuerzos... Una hermosura eterna, no engendrada, incorruptible y que no crece ni decrece". Eso me dijo Diótima.

Ando buscando a Diótima, si la has visto, si te ha hablado de amor, cuéntame qué te ha dicho.


A DIÓTIMA

¡Bella vida! Tú vives, como leve brote de invierno,
en este mundo agostado sola y callada floreces.
Aire ansías, y luz, primavera que vierta su tibio
resplandor, cuando buscas la infancia del mundo.
Ya tu sol, ya tu tiempo feliz se ha ocultado,
y en la noche glacial sólo hay fragor de huracanes.

Friedrich Hölderlin

lunes, 10 de noviembre de 2008

Este santo me pone

"San Sebastián" de Guido Reni

Siempre que veía la imagen de San Sebastián, semidesnudo, con apenas un paño cubriendo su ser más íntimo, a punto de caer a sus pies, a los míos, sentía un leve estremecimiento. Entonces, casi desmayada por el olor a incienso de la iglesia o por la visión mística, yo me preguntaba si volvía a mí la fe que en un Sinca Mil perdí o si tales deseos me condenarían definitivamente. Pero fue releyendo un viejo libro de carrera, en mis noches de insomnio, cuando tuve, por fin, la gran revelación gracias Giorgio Vasari (1511- 1574).
Este escritor italiano que liberó mi alma del dolor y el arrepentimiento era arquitecto y pintor . Fue famoso porque escribió biografías de artistas italianos , sobre todo anécdotas y rumores, (algo así como un periodista del cuore). Recogió información variada y la que no sabía la inventó en el libro " Vida de los mejores arquitectos, pintores y escultores italianos “. Y fue releyendo capítulos de este libro cuando descubrí lo siguiente: “Como muchos confesaban a Savonarola que habían tenido pensamientos lascivos con la imagen de San Sebastián, de la iglesia de San Marcos, obra de Fra Bartolomeo, el cuadro fue trasladado de la iglesia al monasterio y posteriormente fue vendido, aunque el pintor era moralmente intachable”. Libro IV
Me hicieron mucho bien sus palabras porque mal de muchos, consuelo de tontos y porque, amigos míos, mi moral también es intachable, aunque tenga sueños eróticos con este santo las noches que no me domina el insomnio.


Satélite del amor

Es hermoso y sagrado el reino de la noche,
lo pueblan suaves seres que maquillan sus ojos
y mezclan la tristeza con el sabor del júbilo.
Seres agrestes para quienes el amor tiene
todos los nombres del peligro. Las lámparas dejan
su ámbar por la noche. La lluvia su dulzura.
Los inmaduros cuerpos el delicado olor de su erotismo.
Rugen las motos. Cada puerta es un viaje sin destino.
Entonces tu cabello, como la piel suave de los hombros
desnudos, abunda más en bronce, se abandona a los tactos.
Son más dulces los labios. Más cálido de luna el río
esbelto y bello de tus piernas. Somos de ese reino,
donde como en Chuang-tsé, el filósofo, se mezcla sueño y vida.
Donde amar es provocación y goce, y un cuerpo el misticismo.

Luis Antonio de Villena

domingo, 2 de noviembre de 2008

El cuerpo del delito

“Friné ante el Areópago” de J.L Gerome

En sus curvas me quedaría varado… Algo así debió decir Praxíteles al Areópago, especie de tribunal de justicia griego que se disponía a juzgar, y seguro que condenar, a la bella Friné. Delito de la imputada: mucha impiedad (falta de respeto a las creencias y rituales griegos), una pizca de soberbia y un toque de hedonismo.

Pero, ¿quién era Friné? Fue la musa del célebre escultor griego del siglo IV a.C Praxíteles, el inventor de la famosa curva praxiteliana, esa que observó sin saciarse en su bella modelo y que trasladó una y otra vez a cálido bronce. La chica cuyo oficio era dama de compañía con derecho a intimar, que además de bella era lista, le tendió una trampa para quedarse con la mejor escultura del atolondrado artista ateniense. Él quería pagarle en especie su trabajo. La muchacha que no entendía de arte pero sí conocía el valor de las esculturas no sabia cuál elegir, así que gritó: ¡fuego, fuego! Y Praxíteles dijo a un ayudante: ¡Por todos los dioses del Olimpo, salva mi Eros” (Lo entrecomillado es una versión, claro está). Ella, lógicamente, eligió esa obra.
Pero volviendo al juicio, Praxíteles propuso al defensor de su amada que ella se desnudara ante los jueces para que vieran con sus propios ojos, esos que un día se comerían los gusanos, si la muchacha tenía o no razones para comparar su belleza con la de la mismísima Afrodita. ¿Y qué dictaminó el areópago? Pues ante las caras que ponen algunos de sus miembros os podéis imaginar la resolución. (Recomiendo ampliar la foto)


Himno a la belleza

¿Vienes del cielo profundo o del abismo surges,
oh, Belleza? Tu mirada, infernal y divina,
confusamente vierte la buena acción y el crimen,
por lo que te podemos comparar con el vino.

Contienes en tus ojos el poniente y la aurora;
derramas perfumes como una noche de tormenta,
tus besos son un filtro y un ánfora tu boca
que hace cobarde al héroe y valiente al niño.

¿Sales del negro abismo o bajas de los astros?
El Destino hechizado sigue tus enaguas como un perro;
siembras al azar la dicha y los desastres,
y todo lo gobiernas sin responder a nada.

Marchas sobre los muertos, Belleza, y de ellos te burlas;
de tus joyas el Horror no es la menos preciada,
y el Crimen, entre tus mas queridos amuletos,
sobre tu vientre altivo danza amorosamente.

El deslumbrado insecto vuela hacia ti candela,
crepita, arde y dice: ¡Bendigamos esta llama!
El amante jadeando inclinado sobre su bella
es como un moribundo acariciando su tumba.

¿Qué importa que tu vengas del cielo o del infierno,
¡oh Belleza! ¡Monstruo enorme, espantoso e ingenuo!
Si tus ojos, tu sonrisa, tus pies, me abren la puerta
de un Infinito amado que nunca he conocido?

De Satán o de Dios, ¿qué importa? Ángel o Sirena,
¿qué importa, si tú haces -hada de ojos de terciopelo,
ritmo, perfume y luz, ¡oh mi única reina!-
menos horrible el mundo y más cortos los instantes?

Charles Baudelaire