viernes, 31 de octubre de 2008

El presente es demasiado cercano

"La carga" de Daumier

Llevo poco tiempo en este mundo interespacial. A veces me parece cosa de magia. He descubierto tantas páginas que me interesan y que visito casi a diario que ahora, sin proponérmelo, forman, formáis parte de mi vida. Y revisando lo que he escrito hasta el momento, he sido consciente de que me he decantado por las historias religiosas y las mitológicas, aunque Duncan diga que soy bíblica. Dos entradas literarias, Ofelia y La Celestina, y pare usted de contar.
Quizá se deba a mi alma frívola esta selección de temas. Y ha tenido que ser la luz de Ámbar, que según la astrología es la piedra de mi horóscopo, la que me ha inspirado esta creación.
La protagonista de mi historia no es una diosa ni una virgen mártir. No viste sedas ni luce desnuda. No pasa el tiempo huyendo del amor ni amañándolo. No se ahoga en un río desolada ni danza para un rey déspota. No ha salvado a su pueblo ni ha sido deseada por viejos caducos. No recibe semen dorado ni dirige ejércitos vencedores.

Simplemente trabaja. Ella se levanta cuando el sueño ni la ha rozado para ir a trabajar. Se desmadeja los dedos en una fábrica textil. Se vuelve jabón y hielo revolviendo trapos sin color. Se tizna los ojos de carbonilla y las entrañas de humo. Ella es una mujer, una niña, una trabajadora del siglo XIX. ¡Ha llegado la Revolución Industrial! ¡Viva la revolución! ¿Para quién?

"Trabajo en el pozo de Gawber. No es muy cansado, pero trabajo sin luz y paso miedo. Voy a las cuatro y a veces a las tres y media de la mañana, y salgo a las cinco y media de la tarde. No me duermo nunca. A veces canto cuando hay luz, pero no en la oscuridad, entonces no me atrevo a cantar. No me gusta estar en el pozo. Estoy medio dormida a veces cuando voy por la mañana. Voy a escuela los domingos y aprendo a leer. (...) Me enseñan a rezar (...) He oído hablar de Jesucristo muchas veces. No sé por qué vino a la tierra y no sé por qué murió, pero sé que descansaba su cabeza sobre piedras. Prefiero, de lejos, ir a la escuela que estar en la mina”.

Declaraciones de la niña Sarah Gooder, de ocho años de edad. Testimonio recogido por la Comisión Ashley para el estudio de la situación en las minas, 1842.

martes, 28 de octubre de 2008

Así, cualquiera

"Atenea" de G. Klimt

Moza caprichosa nacida de un dolor de cabeza. De semejante parto ¿qué puede uno esperar?
Fue su padre el dios más rijoso del Olimpo, Zeus, que amó a Metis lo que dura una primavera. Él sabía que la semillita que había colocado en ella era algo más que la lluvia dorada con la que regó a Dánae. En el acto de amar, una luz iluminó su rayo y, cual visión apocalíptica, supo que el ser que nacería de Metis sería poderoso, muy muy poderoso. Sin pensarlo dos veces, engulló a Metis y más tarde él mismo pariría a su hija que por la cabeza salió. Quizá por ello la criatura fue la diosa de la sabiduría, y por la forma violenta como murió su madre, la patrona de la guerra.
Los atenienses la prefirieron a Poseidón, y a ella dedicaron templos y esculturas sin parangón en toda Grecia. En el Partenón albergaron la imagen de oro y marfil que Fidias creó de la Parthenos, la que conserva el virgo. En el Erecteion, el de las Cariátides, plantaron el olivo sagrado que ella había ofrecido a su pueblo favorito; porque Atenea era para los atenienses lo que la Virgen del Rocío para los mozos Almonteños. ¿Cómo no iba a estar al lado de los atenienses en la lucha contra Ilión?
Y fue de esta manera como Troya fue arrasada por la trampa, por la astucia bárbara, por el truco ideado por una diosa vengativa, austera, virgen y reprimida que en los ratos libres zurcía peplos como buena diosa de modistillas que era.

Elogio de la ciudad

He oído hablar de Nínive y de Tebas,
de Babilonia, Alejandría. Y en verdad que conozco
la gloria de las ciudades
que los libros adulan. ¿Mas, acaso
por lo que fueron celebradas
-lujo, mujeres, vino, la gloria de su estirpe-
no dio fama a la mía?
¿Mi biblioteca ignora
lo que a ellas honró?
¿Fueron más bellas sus mujeres?
¿Su vino alegraba más el corazón?
¿Y su gloria puede compararse
a la de los nobles príncipes
que levantaron la mía sobre las cenizas
de Troya? …

José María Álvarez

martes, 21 de octubre de 2008

Belleza robada

"Laocoonte y sus hijos" Escuela de Rodas

Todo comenzó porque un joven se encaprichó de quien no debía. Algunos lo llamaron amor. Paris de Troya acudió a la ciudad griega de Esparta, gobernada por un rey brabucón llamado Menelao. Pero la máxima atracción de la polis era la joven esposa del rey, Helena, a la que los hombres llamaban “la de las hermosas mejillas”, la mujer más bella entre las mortales, porque entre las moradoras del Olimpo se había ganado el título de mis la diosa Afrodita.

Paris se presentó ante Menelao con buen talante y ocultando sus deseos más íntimos, conquistar a la bella Helena. Y entre paseos bucólicos por los jardines de palacio y meriendas frugales, la enamoró y convenció para que huyera con él a su ciudad. Acababa de encender la llama que arrasaría Troya.
Menelao pidió ayuda a los gobernantes de otras polis griegas, y juntos declararon la guerra a Príamo, papá del seductor. Como la guerra se alargaba en exceso, Atenea tuvo a bien ayudar al ultrajado marido. Sembró en la mente del ingenioso Ulises, que era colega de Menelao, la idea de construir el famoso caballo de madera.
Pero entre los troyanos había uno más espabilado que los demás, y ese era el sacerdote Laocoonte. Como adivino que era, y por ello le pagaban, avisó a los suyos que aquel caballo no era équido limpio y le clavó una lanza en plena panza de madera. De repente dos serpientes de mar grandes como dragones , desgarrando el vacío como látigos en la oscuridad, se abalanzaron sobre los hijos de Laocoonte, enroscándolos con sus anillos y dejando sus cuerpos a los pies de su padre. A continuación hicieron lo mismo con él. Una vez cometido el triple homicidio desaparecieron veloces entre los mármoles del pavimento del templo de Atenea.
La suerte de los troyanos estaba echada.
La primera representación escultórica que se conoce es la que arriba os presento, del siglo I a. C. Esta escena de un buen hombre sufriendo el castigo de los dioses carece de precedentes. El sufrimiento y el miedo en el rostro y cuerpo retorcido de Laocoonte y sus hijos, son reflejo de sus debilidades y por otro lado del sentimiento de esta época.

En tiempos de la vieja Alejandría,
Laoconte, en quien se inspiran los creyentes,
lucha contra el poder de las serpientes
que, altiva, Palas con furor le envía.
Recia culebra en sus anillos lía
el cuerpo de sus hijos inocentes,
y él escucha sus gritos impotentes
en medio de la bárbara agonía.
Traspasa el corazón su faz sublime,
su atroz dolor, que sin palabras gime,
la angustiosa expresión de su mirada.
Triunfó el hábil cincel de la pintura,
y dio al aplauso de la edad futura
una tragedia en mármoles labrada.

Salvador Rueda

miércoles, 15 de octubre de 2008

No siempre ganan los fuertes


Uno no ha estado en Florencia si no lo ha visitado. Es como ir a París y no ver la Torre Eiffel.
¿Quién le iba a decir a ese joven pastorcillo, amante de la música, que acabaría inmortalizado por los mejores escultores de la historia?
David fue llamado a calmar, con la melodía de su arpa, los males que sufría el rey judío Saúl. En estos asuntos estaban ambos cuando los filisteos, un pueblo de malos malísimos, atacaron al pueblo judío. El mismo rey ofreció a David su armadura y su espada para que se enfrentara al gigante Goliat, una especie de bestia a lo pressing catch. Pero el jovenzuelo no estaba acostumbrado a semejante parafernalia en el vestir, y decidió enfrentarse a Goliat con un arma que él dominaba perfectamente, la honda. Y con ella hirió de muerte, en un disparo certero, al gigante, y después tomó la espada del suelo y decapitó al muerto. “Entonces corrió David y se puso sobre el filisteo; tomó su espada, la sacó de la vaina, lo acabó de matar, y le cortó con ella la cabeza. Cuando los filisteos vieron muerto a su paladín, huyeron”. Más tarde fue elegido rey del pueblo judío.
Miguel Ángel representó el tema justo en el momento en que David se concentra en el enemigo y con un súbito cabreo planifica el lanzamiento de la piedra. Concentrado en el rival. “David tomó su cayado, escogió en el torrente cinco piedras bien lisas y las metió en su zurrón de pastor, tomó la honda y avanzó hacia el filisteo… Miró el filisteo, vio a David y le despreció porque era joven, rubio y de buena presencia” (Samuel I, 17).
Donatello y Verrochio, años antes, lo presentaron uno vestido y el otro desnudo, con un aspecto andrógino, que parece que ha matado al rival más con la gracia y el salero “porque yo lo valgo” que con la fuerza o el ingenio. La cabeza del difunto a sus pies como testigo de la victoria. Por el contrario, Bernini, con posterioridad, prefiere el momento agitado del lanzamiento del arma homicida, son cosas del Barroco y su gusto por el movimiento. Me quedo con la del Migliori, el hombre que le hablaba al mármol, el que disfrutaba con el polvo que cubría su cara cada vez que golpeaba con fuerza el cincel, el que vivió atormentado toda su vida, el que sentía que su mayor alegría era su melancolía.


Estoy tullido, roto, quebrantado
en el potro de la vida. La posada
en que vivo de prestado es la muerte.
Mi gran melancolía me complace
y la pena mejora el sufrimiento,
a quien quiera le cedo esta miseria.


Miguel Ángel Buonarroti

jueves, 9 de octubre de 2008

La primera mujer

"Lilith" de John Collier

Según la tradición hebrea, Lilith fue la primera mujer de Adán. Bella como ella sola. Paseando por el paraíso, animales y plantas se rendían a sus pies. Pero cuando llegaba la noche estrellada, clara, inmensa, tenía que someterse a los deseos de su esposo. Una y otra vez el mismo acto de amar, quizá sin cortejo previo, seguro que ella siempre en postura pasiva. Si habían sido creados iguales ¿por qué tenía que doblegarse siempre ella? Un día se atrevió y propuso cambios a Adán, éste, por supuesto, los rechazó. Al mismísimo Creador acudió con sus cuitas. Él la desdeñó. Lilith prefirió el destierro y el descenso al infierno que la sumisión.
En su nuevo hogar yació con demonios, y parió hijos nacidos de de la lujuria. Los emisarios de Dios removieron cielo con tierra hasta que la encontraron. Ella jamás quiso volver. Prefería ser reina de súcubos, dama de la noche, estrella del desarraigo y engendradora del mal. Lilith fue la primera mujer que dijo No a un hombre.La Biblia nunca la nombró.
Jorge Luis Borges en su Libro de los seres imaginarios describe a Lilith de la siguiente manera:
“era una serpiente; fue la primera esposa de Adán y le dio glittering sons and radiant daughters (hijos resplandecientes e hijas radiantes). Dios creó a Eva, después; Lilith para vengarse de la mujer humana de Adán, la instó a probar del fruto prohibido y a concebir a Caín, hermano y asesino de Abel.”

La alcoba del Edén

Era Lilith la esposa de Adán
(la Alcoba del Edén está en flor)
ni una gota de sangre en sus venas era humana,
pero ella era como una suave y dulce mujer.
Lilith estaba en los confines del Paraíso;
(y ¡Oh, la alcoba de la hora!)
Ella fue la primera desde allí conducida,
con Ella estaba el infierno y con Eva el cielo.
Al oído de la serpiente dijo Lilith:
(la Alcoba del Edén está en flor)
A tí acudo cuando lo demás ha pasado;
yo era una serpiente cuando tú eras mi amante.
Yo era la serpiente más hermosa del Edén;
(Y, ¡Oh, la alcoba y la hora!)
Por voluntad de la Tierra, nuevo rostro y forma,
me hicieron esposa de la nueva criatura terrenal.
Tómame, ya que vengo de Adán:
(la Alcoba del Edén está en flor)
Una vez más mi amor te subyugará,
lo pasado es pasado, y yo acudo a tí.
Oh, pero Adán era vasallo de Lilith!
(Y, ¡Oh, la Alcoba de la hora!)
Todas las hebras de mi cabello son doradas,
y en esa red fue atrapado su corazón.
Oh, y Lilith fue la reina de Adan!
(la Alcoba del Edén está en flor)
Día y noche siempre unidos,
mi aliento sacudía su alma como a una pluma.
Cuántas alegrías tuvieron Adan y Lilith!
(Y, ¡Oh, la Alcoba de la hora!)
Dulces íntimos anillos del abrazo de serpiente,
al yacer dos corazones que suspiran y anhelan.
Qué niños resplandecientes tuvieron Adan y Lilith;
(la Alcoba del Edén está en flor)
Formas que se enroscaban en los bosques y las aguas,
hijos relucientes y radiantes hijas.

Dante Gabriel Rossetti

Por cierto, este Rossetti fue el marido de Elisabeth Siddal, la joven que posó para Millais en Ofelia.



domingo, 5 de octubre de 2008

A la deriva

"Ofelia" de Millais

Ofelia va rio abajo. Ella sólo quería coger unas flores. Un ramillete para prenderlo en su pelo. Quizá así olvidara por unos instantes el dolor que le producía la muerte de su padre, o relajara el amor que sentía por el huidizo Hamlet.
Pero acabó dentro del rio, sin piedad. Y las flores ornaron su cabeza inerte.

A la deriva va esa Ofelia que retrató Millais, pintor Prerrafaelita que mantuvo a la joven Elisabeth Siddal horas metida en una bañera de agua fría para pintar este cuadro. Quería captar la auténtica muerte. La bella Elisabeth fue una de las musas de los pintores de la escuela citada. Uno de ellos, Rossetti, se enamoró de ella y la hizo su esposa. Pero ella no fue feliz. Tras la muerte de su primer hijo, se refugió en la poesía, la pintura y el láudano. Finalmente eligió esta droga para morir.

Ofelia

En las aguas profunda que acunan las estrellas,
blanca y cándida, Ofelia flota como un gran lirio,
flota tan lentamente, recostada en sus velos...
cuando tocan a muerte en el bosque lejano.

Hace ya miles de años que la pálida Ofelia pasa,
fantasma blanco por el gran río negro;
más de mil años ya que su suave locura
murmura su tonada en el aire nocturno.

El viento, cual corola, sus senos acaricia
y despliega, acunado, su velamen azul;
los sauces temblorosos lloran contra sus hombros
y por su frente en sueños, la espadaña se pliega.

Los rizados nenúfares suspiran a su lado,
mientras ella despierta, en el dormido aliso,
un nido del que surge un mínimo temblor...
y un canto, en oros, cae del cielo misterioso.

Rimbaud


"Allí, al trepar sobre las ramas salientes para colgar sus coronas de hierbas, un maligno mimbre se rompió, y sus trofeos vegetales y ella misma cayeron al lloroso arroyo: sus ropas se extendieron y la sostuvieron un rato a flote como una sirena, mientras ella cantaba trozos de viejas melodías, como inconsciente de su peligro, o como criatura natural y familiar en ese elemento, pero no pudo tardar mucho que sus vestidos, pesados de tanto beber, arrebataran a la pobre desgraciada de su canto melodioso a la fangosa muerte."

William Shakespeare, Hamlet (4-VII).

jueves, 2 de octubre de 2008

Carta a Vicent

"La habitación de Arlés" de Vicent van Gogh


Los colores se metieron muy pronto en la cuna del pequeño Vicent. El azul siena le cantaba los cinco lobitos. El rojo bermellón jugaba con él al escondite. El verde esmeralda trepaba a los árboles y se caía encima del amarillo chillón.
El joven Vicent aprendió a vivir tan intensamente con los colores que sus dedos parecían pinceles. Todo lo que sus ojos miraba quedaba atrapado, versionado por él. De esta forma poco a poco fue entregando su propia vida en cada lienzo: una simple silla parece pedir paso en medio de una calle; las bolas del billar siguen rodando por el tapiz; el ciprés quiere acariciar una nube, las estrellas en la noche parecen lágrimas de Dios.
Pero Vicent Van Gogh estaba triste, pobre y solo. No vendía su obra y cada vez tenía más óleo en las venas… “Quiero pedir perdón porque mis cuadros parecen casi un grito de miedo”. Esto escribió poco después de cortarse un trozo de oreja. Porque primero dibujó y luego habitó un mundo especial al que los médicos llaman locura. En una ocasión intentó envenenarse con pintura ¿Quería ser una paleta de colores infinita? Meses más tarde, en una noche fría y estrellada, Vicent apareció en el bar donde en ocasiones se emborrachaba y entregó un inquietante regalo a una amiga: un paquete que contenía su oreja. Después de la mutilación Van Gogh no sólo se sentía pobre, solitario y enfermo, también despreciado. “Quisiera que ya todo hubiera acabado”.
Es una tarde calurosa de verano. Vicent sube arrastrándose por las escaleras de su pensión.
Se tumba en la cama roja. Su pecho rojo. Una bala en el fondo de su cuerpo. Se fuma una pipa feliz porque todo está acabado.
Murió al día siguiente, 29 de julio de 1890. Tenía 37 años. Nadie sabe de dónde sacó la pistola pero un paño blanco cubrió su féretro.
Multitud de girasoles, de pobres campesinos, de locos melancólicos, de árboles agitados, de caminos elocuentes… que dejaste en Amsterdam, Nueva York o París, todavía te añoran Vicent.

El muerto

Aquel que ha sentido una vez en sus manos temblar la alegría
no podrá morir nunca.
Yo lo veo muy claro en mi noche completa.
Me costó muchos siglos de muerte poder comprenderlo,
muchos siglos de olvido y de sombra constante,
muchos siglos de darle mi cuerpo extinguidoa
la hierba que encima de mí balancea su fresca verdura.
Ahora el aire, allá arriba, más alto que el suelo que pisan los vivos,será azul. Temblará estremecido, rompiéndose,
desgarrado su vidrio oloroso por claras campanas,
por el curvo volar de los gorriones,
por las flores doradas y blancas de esencias frutales.
(Yo una vez hice un ramo con ellas.
Puede ser que después arrojara las flores al agua
,puede ser que le diera las flores a un niño pequeño,
que llenara de flores alguna cabeza que ya no recuerdo,
que a mi madre llevara las flores:
yo quería poner primavera en sus manos.)
¡Será ya primavera allá arriba!
Pero yo que he sentido una vez en mis manos temblar la alegría
no podré morir nunca.
Pero yo que he tocado una vez las agudas agujas del pino
no podré morir nunca.
Morirán los que nunca jamás sorprendieron
aquel vago pasar de la loca alegría.
Pero yo que he tenido su tibia hermosura en mis manos
no podré morir nunca.
Aunque muera mi cuerpo, y no quede memoria de mí.

José Hierro