"La habitación de Arlés" de Vicent van Gogh
Los colores se metieron muy pronto en la cuna del pequeño Vicent. El azul siena le cantaba los cinco lobitos. El rojo bermellón jugaba con él al escondite. El verde esmeralda trepaba a los árboles y se caía encima del amarillo chillón.
El joven Vicent aprendió a vivir tan intensamente con los colores que sus dedos parecían pinceles. Todo lo que sus ojos miraba quedaba atrapado, versionado por él. De esta forma poco a poco fue entregando su propia vida en cada lienzo: una simple silla parece pedir paso en medio de una calle; las bolas del billar siguen rodando por el tapiz; el ciprés quiere acariciar una nube, las estrellas en la noche parecen lágrimas de Dios.
Pero Vicent Van Gogh estaba triste, pobre y solo. No vendía su obra y cada vez tenía más óleo en las venas… “Quiero pedir perdón porque mis cuadros parecen casi un grito de miedo”. Esto escribió poco después de cortarse un trozo de oreja. Porque primero dibujó y luego habitó un mundo especial al que los médicos llaman locura. En una ocasión intentó envenenarse con pintura ¿Quería ser una paleta de colores infinita? Meses más tarde, en una noche fría y estrellada, Vicent apareció en el bar donde en ocasiones se emborrachaba y entregó un inquietante regalo a una amiga: un paquete que contenía su oreja. Después de la mutilación Van Gogh no sólo se sentía pobre, solitario y enfermo, también despreciado. “Quisiera que ya todo hubiera acabado”.
Es una tarde calurosa de verano. Vicent sube arrastrándose por las escaleras de su pensión.
Los colores se metieron muy pronto en la cuna del pequeño Vicent. El azul siena le cantaba los cinco lobitos. El rojo bermellón jugaba con él al escondite. El verde esmeralda trepaba a los árboles y se caía encima del amarillo chillón.
El joven Vicent aprendió a vivir tan intensamente con los colores que sus dedos parecían pinceles. Todo lo que sus ojos miraba quedaba atrapado, versionado por él. De esta forma poco a poco fue entregando su propia vida en cada lienzo: una simple silla parece pedir paso en medio de una calle; las bolas del billar siguen rodando por el tapiz; el ciprés quiere acariciar una nube, las estrellas en la noche parecen lágrimas de Dios.
Pero Vicent Van Gogh estaba triste, pobre y solo. No vendía su obra y cada vez tenía más óleo en las venas… “Quiero pedir perdón porque mis cuadros parecen casi un grito de miedo”. Esto escribió poco después de cortarse un trozo de oreja. Porque primero dibujó y luego habitó un mundo especial al que los médicos llaman locura. En una ocasión intentó envenenarse con pintura ¿Quería ser una paleta de colores infinita? Meses más tarde, en una noche fría y estrellada, Vicent apareció en el bar donde en ocasiones se emborrachaba y entregó un inquietante regalo a una amiga: un paquete que contenía su oreja. Después de la mutilación Van Gogh no sólo se sentía pobre, solitario y enfermo, también despreciado. “Quisiera que ya todo hubiera acabado”.
Es una tarde calurosa de verano. Vicent sube arrastrándose por las escaleras de su pensión.
Se tumba en la cama roja. Su pecho rojo. Una bala en el fondo de su cuerpo. Se fuma una pipa feliz porque todo está acabado.
Murió al día siguiente, 29 de julio de 1890. Tenía 37 años. Nadie sabe de dónde sacó la pistola pero un paño blanco cubrió su féretro.
Multitud de girasoles, de pobres campesinos, de locos melancólicos, de árboles agitados, de caminos elocuentes… que dejaste en Amsterdam, Nueva York o París, todavía te añoran Vicent.
Murió al día siguiente, 29 de julio de 1890. Tenía 37 años. Nadie sabe de dónde sacó la pistola pero un paño blanco cubrió su féretro.
Multitud de girasoles, de pobres campesinos, de locos melancólicos, de árboles agitados, de caminos elocuentes… que dejaste en Amsterdam, Nueva York o París, todavía te añoran Vicent.
El muerto
Aquel que ha sentido una vez en sus manos temblar la alegría
no podrá morir nunca.
Yo lo veo muy claro en mi noche completa.
Me costó muchos siglos de muerte poder comprenderlo,
muchos siglos de olvido y de sombra constante,
muchos siglos de darle mi cuerpo extinguidoa
la hierba que encima de mí balancea su fresca verdura.
Ahora el aire, allá arriba, más alto que el suelo que pisan los vivos,será azul. Temblará estremecido, rompiéndose,
desgarrado su vidrio oloroso por claras campanas,
por el curvo volar de los gorriones,
por las flores doradas y blancas de esencias frutales.
(Yo una vez hice un ramo con ellas.
Puede ser que después arrojara las flores al agua
,puede ser que le diera las flores a un niño pequeño,
que llenara de flores alguna cabeza que ya no recuerdo,
que a mi madre llevara las flores:
yo quería poner primavera en sus manos.)
¡Será ya primavera allá arriba!
Pero yo que he sentido una vez en mis manos temblar la alegría
no podré morir nunca.
Pero yo que he tocado una vez las agudas agujas del pino
no podré morir nunca.
Morirán los que nunca jamás sorprendieron
aquel vago pasar de la loca alegría.
Pero yo que he tenido su tibia hermosura en mis manos
no podré morir nunca.
Aunque muera mi cuerpo, y no quede memoria de mí.
José Hierro
Yo lo veo muy claro en mi noche completa.
Me costó muchos siglos de muerte poder comprenderlo,
muchos siglos de olvido y de sombra constante,
muchos siglos de darle mi cuerpo extinguidoa
la hierba que encima de mí balancea su fresca verdura.
Ahora el aire, allá arriba, más alto que el suelo que pisan los vivos,será azul. Temblará estremecido, rompiéndose,
desgarrado su vidrio oloroso por claras campanas,
por el curvo volar de los gorriones,
por las flores doradas y blancas de esencias frutales.
(Yo una vez hice un ramo con ellas.
Puede ser que después arrojara las flores al agua
,puede ser que le diera las flores a un niño pequeño,
que llenara de flores alguna cabeza que ya no recuerdo,
que a mi madre llevara las flores:
yo quería poner primavera en sus manos.)
¡Será ya primavera allá arriba!
Pero yo que he sentido una vez en mis manos temblar la alegría
no podré morir nunca.
Pero yo que he tocado una vez las agudas agujas del pino
no podré morir nunca.
Morirán los que nunca jamás sorprendieron
aquel vago pasar de la loca alegría.
Pero yo que he tenido su tibia hermosura en mis manos
no podré morir nunca.
Aunque muera mi cuerpo, y no quede memoria de mí.
José Hierro
8 comentarios:
Esta historia me suena , me encanta releer textos tan bonitos como éste .
Sin duda eres mi poetisa favorita y tu gusto para seleccionar poemas exquisito.
Saludos blogeros
Ays, el pobre Vicent, una vez le escribió a su hermano Theo: "Se puede tener un corazón grande y calido, y puede ser, que nadie acuda jamas a acogerse a el...", pobre tipo.
bonito
dánae, qué precioso post, que tierno y cuánta emoción, a Vincent le hubiera encantado esa identificación con los colores. Además José Hierro es uno de mis poetas favoritos.Besos
Todos los Vincent tienen finales chungos, aunque antes nos hicieron disfrutar. Otro Vincent, en este caso, Vega.
http://www.youtube.com/watch?v=JRUq_UEjjXc
Tusobras, gracias por lo de poetisa, tengo un gran maestro de blog del que aprendo.
Duncan: las cartas a Theo son preciosas, por eso yo le he escrito una a Vicent.
Alfonso, gracias por tu visita, ya te la he devuelto.
Firmin, coindicimos en muchas cosas, creo, pero no puedo entrar a tu perfil. ¿Es tu blog el de Paralelaje? si es así sabrás más cosas de mi.
SalvaJuan, tú siempre tan atento, gracias por el vídeo, me encanta.
Lo he bailado más de una vez :)
La muerte de Van Gogh me ha recordado a la de otro genio: Larra. Cuentan que se disparó ante el espejo por amor. Yo he visitado su tumba, en la que nunca faltan flores y en ella encontré una hoja, recientemente abandonada allí. En su mensaje dejaba clara la consideración de Larra como el último gran patriota. Luchar para cambiar las cosas y ver cómo todo sigue igual: eso es lo que le llevó a verse morir.
La terraza del café por la noche es para mi una de mis preferidas del orejas
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