L. Alma Tadema "Moisés salvado de las aguas"
Cuando el 6 de agosto de 1885 Paul Bourde escribió una crónica en “Les Temps” llamando Decadentes a un grupo de artistas (novelistas, pintores, poetas...) que estaban apostando por una renovación artística en Francia, no sabía que su calificativo peyorativo estaba poniendo un título, con mayúsculas, a un grupo de intelectuales que lo aceptaron sin reproches pero con el significado contrario al que le quisieron dar desde las páginas de diarios rancios y estancados. Muchos artistas aceptaron llamarse “decadentes” con el desparpajo que da la ironía y la rebeldía. Con el aplomo que te surge cuando vas contra la corriente. Porque ellos se preguntaron ¿qué es ser decadente? Simplemente saber y sentir que eres el fin de algo, y por consiguiente, el principio de otro algo también. Los decadentes apostaron y apuestan por un futuro que quizá no lleguen a ver. Protestan por un mundo que les parece poco satisfactorio. Y su forma de protestar es utilizando la BELLEZA. ¡Qué protesta tan sublime!
Los decadentes de finales del siglo XIX buscaron esta belleza en todo lo que hacían; eran estetas por reacción a ese siglo mecánico, industrializado, plano, gris, en definitiva, sin sueños. “Hay que volar, hacerse hijos y merecedores de la Quimera”. Y volaron. Y lo hicieron muy lejos. Porque ellos no renegaron de la técnica o la ciencia del mundo en el que vivieron. Simplemente lo preferían sumamente bello. De hecho el Conde Villiers de l’Isle-Adam escribió una curiosa novela pseudocientífica “La Eva futura”, cuya protagonista era una mujer autómata.
La estética de los decadentes se quería alejar del realismo sórdido que asomaba por cada calle sin asfaltar de ciudades humeantes con olor a carbón y sonido chirriante. El decadente ponía de manifiesto su rechazo al naturalismo en el arte y al parnasianismo en poesía. Los artistas no querían ser espejo ni reflejo de nada. Sólo anhelaban explorar en su individualidad, aunque ésta sea exaltada, simbolista, compleja y misteriosa. Al fin y al cabo cada uno que asuma sus consecuencias.
Los decadentes de finales del siglo XIX buscaron esta belleza en todo lo que hacían; eran estetas por reacción a ese siglo mecánico, industrializado, plano, gris, en definitiva, sin sueños. “Hay que volar, hacerse hijos y merecedores de la Quimera”. Y volaron. Y lo hicieron muy lejos. Porque ellos no renegaron de la técnica o la ciencia del mundo en el que vivieron. Simplemente lo preferían sumamente bello. De hecho el Conde Villiers de l’Isle-Adam escribió una curiosa novela pseudocientífica “La Eva futura”, cuya protagonista era una mujer autómata.
La estética de los decadentes se quería alejar del realismo sórdido que asomaba por cada calle sin asfaltar de ciudades humeantes con olor a carbón y sonido chirriante. El decadente ponía de manifiesto su rechazo al naturalismo en el arte y al parnasianismo en poesía. Los artistas no querían ser espejo ni reflejo de nada. Sólo anhelaban explorar en su individualidad, aunque ésta sea exaltada, simbolista, compleja y misteriosa. Al fin y al cabo cada uno que asuma sus consecuencias.
En este grupo de decadentes estaban: Alma Tadema, Puvis de Chavannes, Waterhouse, Gustave Moreau, Odilon Redon, Jean Delville, Baudelaire, Mallarmé, Paul Verlaine, entre otros.
SENSACIÓN
En los azules atardeceres de verano iré por senderos,
picoteando por los trigales, pisando hierba menuda:
Soñador, sentiré su frescura en mis pies,
y dejaré al viento bañar mi cabeza desnuda.
No hablaré, no pensaré en nada:
Pero el amor infinito ascenderá por mi alma,
e iré lejos, muy lejos, como un bohemio,
Por la naturaleza, feliz como una mujer.
J.A.Rimbaud
SENSACIÓN
En los azules atardeceres de verano iré por senderos,
picoteando por los trigales, pisando hierba menuda:
Soñador, sentiré su frescura en mis pies,
y dejaré al viento bañar mi cabeza desnuda.
No hablaré, no pensaré en nada:
Pero el amor infinito ascenderá por mi alma,
e iré lejos, muy lejos, como un bohemio,
Por la naturaleza, feliz como una mujer.
J.A.Rimbaud
Para Nina por toda la belleza que pone en su cocina verde y por su luz.